MIGUEL ÁNGEL SERRANO
Escritor, CEO y Asesor principal en Landguage Consulting
Una de las mayores dificultades que un ser humano debe afrontar en su vida es mantener alta su capacidad de adaptación. En realidad, nos acostumbramos a casi todo, pero eso no implica que lo hagamos confortablemente o que no haya cambios que acarreen empeoramientos radicales de nuestra calidad de vida o de nuestro simple desempeño profesional.
El problema se acrecienta cuando la tasa de cambio, es decir, la velocidad e impacto de las novedades, es tan alta que prácticamente no se puede seguir el ritmo. Esto es especialmente cierto en el ámbito tecnológico, pero es importante entender que hay profesiones, como las tecnologías de la información, la medicina o el marketing, que requieren constantes puestas al día. En esas circunstancias, no es difícil perder la orientación. Una excesiva flexibilidad nos puede llevar a estar al albur de las modas (y no todas las tecnologías ayudan de manera determinante) y demasiada rigidez nos puede llevar a perder oportunidades.
Los líderes sufren esto a diario. Las decisiones deberían tomarse (fabricarse, como dicen los ingleses) con el debido sosiego, pero esto no es siempre posible. Y además, hay rigideces cognitivas (o sesgos, si preferimos), que opacan la mirada estratégica.
En Adiós al caballo, Ulrich Raulff nos ilumina sobre el número de esos animales en Boston en 1867: unos ocho caballos en cada uno de los 367 establos repartidos por la ciudad. Casi 3.000. Y a eso hay que sumarle abrevaderos, carruajes, gestión sanitaria, limpieza… y toda una economía asociada, como el aumento de los cultivos de avena para alimento o las profesiones de servicio (cocheros, mozos, criadores, etc.). “Hacia 1880, los horsecars de Nueva York, tirados por casi 12.000 caballos y mulas, transportaban a más de 160 millones de pasajeros al año”. Era la tecnología reinante y tenía, como todas, sus servidumbres.
En esas circunstancias, era difícil abrazar nuevos advenimientos tecnológicos. La frase apócrifa que se atribuye a Henry Ford de “si hubiera preguntado a la gente, me habrían pedido caballos más rápidos” expresa bien esto. La lenta desaparición del caballo como elemento de la fuerza de trabajo (y por tanto de servicio al hombre) hacía muy difícil pensar en su sustitución. La expresión “caballos de vapor” es una muestra de cuán complicado es cambiar la percepción o el uso público: la unidad de fuerza sigue estando basada en el animal, así como algunos anchos de vía actuales.
Estas pervivencias, venidas de la tradición, no siempre son negativas. Por ejemplo, el libro de papel sigue demostrando, día a día, que es una herramienta difícilmente sustituible, del mismo modo que la lectura. La bicicleta, aunque conozca mejoras tecnológicas añadidas, sería otro ejemplo, como ha señalado Nassim Taleb. Son tecnologías robustas y que siguen y seguirán siendo útiles. En contrario, las pervivencias también pueden proteger determinadas maneras de pensar más tradicionales y convertirse en un freno.
Es sano aplicar un filtro de pensamiento crítico sobre nuestras propias convicciones. Los sesgos no son necesariamente malos (por ejemplo, la aversión al riesgo nos puede proteger) pero al menos es importante entender que pululan por ahí. Un cambio que se anuncia poderoso, la Inteligencia Artificial, necesitaría ser pensado mucho más despacio, para que no se olvide la inteligencia emocional artificial. Veremos entonces si realmente nos puede sustituir en según qué cosas… Esto lo dice un escritor, por otra parte…
¿Qué ocurre en nuestro entorno que debamos entender mejor? ¿Qué ocurre en nuestro modo de pensar? Esas serán siempre las preguntas, créanme.