El reto de pensar y decir la verdad
A la verdad le ocurre como al amor, la felicidad y tantos otros valores que cualquier persona sensata defiende. Hoy son palabras desgastadas, cuando no espejismos de bondades fraudulentas. En boca de muchos, cada cual interpreta la verdad a su manera. Nadie aboga expresamente por mentir, al tiempo que se multiplican los verificadores ante las amenazas de engaños para los que no siempre estamos prevenidos.
El ecosistema de la verdad incluye otro igualmente fascinante y hoy también confuso, la libertad. Aprender a pensar con libertad, de José Antonio Jáuregui, es uno de los libros más estimulantes que releo como guía fiable. Descubrí que sus verbos (aprender y pensar) y sustantivo (libertad) rimaban con los míos (buscar y verdad). Para este autor español aprender a pensar es, entre otras cosas:
1.- Detectar pistas falsas y errores de bulto disfrazados de verdades incuestionables.
2.- Fijarse bien.
3.- Contemplar los hechos sociales y culturales que tantas sorpresas nos dan con un respeto total a la realidad y a la verdad.
4.- No aceptar como verdadera e intocable ninguna afirmación, aunque venga avalada por la opinión pública, sin recurrir al análisis racional de los hechos.
5.- Distinguir el acelerador del freno, así como saber acelerar y frenar oportunamente.
6.- Distinguir el artículo indefinido (un, una) del artículo determinado (el, la).
7.- Aprender a no disparar sin apuntar.
8.- Distinguir la regla de la excepción y descubrir la estrecha relación entre ambas.
9.- Escuchar y dialogar.
10.- No confundir el adjetivo con el sustantivo, ni tomar por seres reales a seres virtuales.
Siguiendo esta estela, un buen trípode podría ser pensar con racionalidad, llegar a conclusiones pertinentes, aunque sean provisionales y compartirlas con acierto. Estas fases deben sortear, en Auditoría Interna y en cualquier área directiva, la amenaza del etiquetado preventivo: el erosionador “ya se sabe”. Padecer esta patología de gestión nos hace difícil, cuando no imposible, reconocer una verdad expresada por quien nos cae mal. Además de generar atolondramiento, prejuzgar conduce a hablar antes de escuchar y a decidir sin pensar. Y lo más grave de un prejuicio es no ser consciente de padecerlo.
Cuando nos toca comunicar malas noticias, un sencillo criterio orientador sobre el qué y el cómo es la verdad soportable. Primero lo sustantivo, la verdad, y después lo adjetivo, soportable. En síntesis, interiorizar la delicadeza al transmitir algo negativo para …
Ver artículo completo (Solo socios)