MIGUEL ÁNGEL SERRANO
Escritor, CEO y Asesor principal en Landguage Consulting
El locus de control es un término psicológico que viene a decir que las personas tenemos una idea, bastante inmutable a lo largo del tiempo, sobre dónde situamos la responsabilidad de los acontecimientos de nuestras vidas: lo sobrevenido y lo que se inicia en nuestra voluntad. Así, un locus de control interno implica que creemos que tenemos capacidad para moldear los acontecimientos que nos suceden. Un locus de control externo, por el contrario, viene a decir que lo que nos pasa no está sometido a nuestra voluntad.
Evidentemente, para muchas de las actividades humanas es mejor tener un locus de control interno, puesto que las posibilidades de hacer que las cosas sucedan son mucho mayores que si simplemente pensamos que estamos en manos del destino. Es verdad que, como ya enseñaban los estoicos, no lo podemos controlar todo: simplemente hay cosas que no están bajo nuestra voluntad. Por ejemplo, yo puedo controlar mi alimentación o puedo decidir no fumar, pero no puedo evitar que me atropelle un autobús o la inflación o que un murciélago nos cambie la vida a todos.
En términos de las enseñanzas del estoicismo clásico, lo que ocurre y no está bajo mi control es un “indiferente dispreferido”: es decir, mis actos no influyen en que ocurra o no, pero preferiría que no ocurriese. En contrario, desear que nos toque la lotería no implica que vaya a ocurrir, pero no es un indiferente puro puesto que requiere una acción previa: comprar el décimo.
Hay una enseñanza asociada, muy común entre los jugadores de póker, por ejemplo: las malas rachas. Incluso en jugadores experimentados, puede darse el caso de una serie de manos perdidas incluso aunque se juegue bien. Es decir, que no se puede controlar todo y el azar existe. Contemplar los posibles escenarios suele ser el mejor (e incompleto) remedio.
¿Qué se debe hacer entonces? Hay que centrarse en aquello que puedes realmente controlar (y que sea efectivo) y entender que los acontecimientos no siempre te serán favorables: edúcate para recuperarte y reaccionar deprisa, pero con control.
Por ejemplo, puedo decidir ejercer un liderazgo atento y eso quiere decir en las dos acepciones del término: estoy vigilando lo que sucede a mi alrededor y además soy considerado y trato de ayudar a los demás, especialmente a mi equipo. Eso suele traer buenas consecuencias, pero no siempre: es similar a la lotería, puesto que si no se da la condición previa no puede ocurrir. Por eso ser amable (que es gratis) puede ser un disparador de cosas que no podemos controlar, pero si estimar. La costumbre dicta que en el escenario más habitual la respuesta a la amabilidad suele ser amable…
Para eso es necesario que el locus de control esté bien situado o aprendas a situarlo en tu equipo. Y que adquieras conciencia de que no deja de ser una ilusión, pero también un disparador de la acción, que es lo realmente importante. Un equipo que espera órdenes tiene un locus de control externo y requiere instrucciones de su líder simplemente porque no son capaces de entender que en su locus de control interno también se incluye la iniciativa. Es decir, no se ha conversado sobre ello. Por lo tanto, una de las preguntas que hay que hacerse es: ¿qué es el éxito para ti, tu empresa y el equipo? Tal vez te sorprenda la respuesta…