Por Ignacio Bazarra
Fotos: José Luis Roca
Es una referencia para hablar hoy de ética y filosofía. Su teorización de la dignidad y la ejemplaridad, que ha volcado en una tetralogía imprescindible para entender el tiempo que vivimos, ha sido un aldabonazo en la conciencia colectiva. Como Séneca o Sartre, Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) es filósofo, pero también dramaturgo, una vocación que cada vez le da más satisfacciones. Nos recibe en su despacho de la Fundación Juan March, de la que es Director desde 2003.
Rodeado de lienzos abstractos, con los visillos entornados a mediodía para forzar una penumbra que invita al silencio, Gomá se toma siempre unos segundos antes de responder a cada pregunta. Reflexiona sobre la ejemplaridad empresarial y la necesidad de educar al corazón para formar buenos ciudadanos y profesionales.
Pregunta: Las empresas se han dotado de códigos deontológicos y vigilan su cumplimiento. Se habla del propósito y defienden valores intangibles con los que se identifican tanto los empleados como sus clientes. ¿Es un paso adelante?
Tengo sentimientos encontrados. La regla de la economía, salvo que pensemos que los empresarios y las empresas son ángeles, es la obtención de un lucro. Y como dice Max Weber, es un lucro infinito. Si prospera una empresa en tu provincia, luego pasas a tu región, que es Galicia, luego a España, a Europa y al mundo y entonces eres Inditex. Y porque no hay otro mundo más grande, porque, si no, también aspirarías a él.
Hay un momento ético que es el de la ciudadanía, que a medida que tenga una conciencia más refinada, diga: yo no compro a toda costa, sino aquello que yo asocio a determinado comportamiento o contexto. No hay un sufragio más grande que el mercado. Es lo más democrático que existe. Si ese comportamiento negativo es masivo, arruina a una empresa.
» La ética reside en la educación del corazón».
P: ¿Cómo podemos incorporar la teoría de la ejemplaridad a las empresas?
En la sociedad y en las empresas hay como dos dimensiones. Una es la dimensión del profesional. Es aquel que desarrolla de manera competente un oficio: médico, carpintero o perito. Y hacen bien su trabajo, conocer la lex artis, las reglas de su profesión. Pero como suelo decir, somos profesionales, pero antes de profesionales somos ciudadanos. Y ser ciudadano significa ser consciente de tu propia dignidad. La dignidad a veces es compatible con el rendimiento económico, pero se resiste si implica cosificación. Si implica que el consumidor se convierte en una mercancía más. Y hay una tensión entre lo profesional y lo cívico.
Las empresas tienden a dotarse de buenos profesionales y cumplir de una manera eficaz del rendimiento absoluto. Pero luego hay una ciudadanía para la que el rendimiento no lo es todo, sino que hay valores asociados a algo que no es el rendimiento, que es la dignidad, no le vale con que el producto sea el mejor y más barato si se entera que está hecho por niños esclavizados. Necesita determinados valores que contribuyan a su sentimiento de la dignidad. Yo creo mucho en la educación del corazón. Los problemas se solucionan sobre todo en el ámbito del corazón, en la educación sentimental de la gente. La educación debe contribuir a hacer buenos profesionales, pero debe contribuir también a hacer buenos ciudadanos. Y ser buen ciudadano es ser alguien consciente de su dignidad.
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