MIGUEL ÁNGEL SERRANO
Escritor, CEO y Asesor principal en Landguage Consulting

www.landguage.consulting

 

El mundo se está convirtiendo en algo más ancho y líquido. Veloz y con poca capacidad de dejar impronta. El conocimiento se deposita como huella de pájaro en la playa: la siguiente ola de saber técnico borrará lo anterior. Lo sólido y profundo parece ir perdiendo el sitio: cada nueva red social insiste en esto. Recortar la duración y confiar en el entretenimiento. Es la fórmula perfecta para que nada permanezca.

Seguro que el lector ha oído hablar acerca de los jóvenes chinos, especialmente mujeres, que intentan abrirse camino como influencers en redes. Es una muestra impresionante de cómo las diferencias culturales determinan el camino que toman las personas. Google publicó un mapa, basado en las búsquedas por país que comenzaban preguntando “Como ser…+ una profesión”, que interesa ver. Los que preguntan desde países hispanohablantes prefieren ser youtubers o influencers, este último es el caso de España. Y si están tratando de adivinar la profesión preferida según este poco científico método en China…es la de dietista. No tengo una explicación para eso, la verdad, pero tampoco para la preferencia de los españoles y parte de los americanos.

Los influencers chinos, en gran número, deben encontrar un tema, hacerlo monetizable, mantener viva una corriente estable de comunicación, buscar su público y marcas que puedan pagarles… es una profesión, que en muy pocos casos produce ingresos muy cuantiosos. Lo mismo que un influencer español, excepto porque el estado chino está planeando limitar sus posibles ganancias. Ser su socio, quieran o no. Y al estar en un sistema de capitalismo de estado, tienen que cumplir con algunas reglas que ni de lejos se nos ocurrirían a los occidentales. Por ejemplo, en 2022 el estado chino ha publicado un código de cumplimiento, moral y estético, que ahorma el resultado de los videos resultantes. Muchos influencers impactan en la forma de pensar de personas en etapa de formación, y ya hemos visto cómo consejos de belleza acaban en catástrofe u otros sobre dietética provocan trastornos en los adolescentes. El código chino exige al comunicador un nivel de conocimientos suficiente en temas de alto impacto, como la medicina o el derecho, pero también establece prohibiciones, como hablar mal del sistema comunista, evidentemente, o fomentar, por ejemplo, el desperdicio de comida. Da verdadero miedo.

Miles de jóvenes se lanzan a la aventura en condiciones precarias: es sencillo encontrar imágenes o videos descriptivos de estas fábricas de influencers. Se puede ver a decenas de jóvenes, especialmente chicas, en fila, con su anillo de iluminación, produciendo sus pequeñas historias: no solo buscan la protección del número ante posibles agresiones, sino que se sitúan en barrios ricos porque las donaciones que pueden conseguir son mejores cuanto mejor es la zona, y el algoritmo de geolocalización ayuda en eso.

Al reflexionar sobre esto, que es extraño, pavoroso y entristecedor, lo que me asombra es cómo hemos permitido que lo falso, lo artificioso, lo inane, se hayan hecho dueños de nuestro ocio.  Llevamos ya mucho tiempo permitiendo que personas sin preparación den consejos de salud, dermatología o empresa, en formatos que nos parecerían intolerables no hace tanto tiempo. Y, además, impulsados de forma opaca por misteriosos algoritmos. Recuerdo mis tiempos de estudiante, cuando la publicidad, por ley, debía estar claramente separada de la información. Y cuando el medio difusor era responsable del contenido.

Contenidos sin interés y uniformados, que ahora, además, pueden ser compuestos por máquinas. La verdadera revolución es desintoxicarse de esto y volver a las aulas, los libros, los expertos y el pensamiento libre y liberador, sin códigos chinos de por medio.

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